miércoles, 1 de junio de 2011

ENTRE SALUD, SALUDOS Y A TU SALUD





Desde muy pequeño a uno le enseñan que debe saludad, decir buenos días o que le valla bien, como expresión de respeto y buenos deseos, de manera que dichos vocablos emergen del seno mismo de la crianza esmerada de las madres o de la familia como un anhelo de caballerosidad para la boca de su descendencia, o sea, de nosotros, los que a diario expresamos esta singular forma de relacionarnos con los demás.

Claro que estos saludos evolucionan y en algunos casos el simple ¡hola! se ha transformado en vulgaridades horrorosamente divulgadas y aceptadas, sobre todo en nuestra juventud, que ve como una choreza la gracia de enrarecer el idioma, en un país que otrora fuera uno de los más cultos de Latinoamérica.

De la ritualidad con que los señores medievales levantaran la visera de sus yelmos, para reconocer los rostros, hasta el ya lejano ¡Hola! que Thomas Alva Edison propusiera para el saludo telefónico; el de hoy en día atraviesa las más variadas expresiones de transformismo lingüístico, legando a ser más bien una muestra de ingenio (o de mal genio) que un acto de cortesía. ¡Quíubole! Resulta candoroso cuando alguien recibe un quetalco, cómo andamio, ahí los belmont, chabela no más.

A estas alturas el deseo de caballerosidad resulta letra muerta flameando cual saludo a la bandera, de esos que no pasan de una desprolija formalidad de la que se sabe de antemano que no se va a cumplir.

Lo mejor entonces es inclinarse por el ¡salud! Expresión con la cual alzamos las copas para brindar por algo bueno, digno de celebrar, o simplemente disfrutar de algún brebaje en buena compañía. Lo singular de esto es que pareciera ser que hay demasiados adictos (as) –para no discriminar géneros- inclinados en el oficio de empinar el codo sin ni siquiera decir salud, si no es cosa de pasar por la costanera en las tardecitas donde podrá corroborar lo apegado que somos para alzar las chelas y los cartoné en una lúdica compañía de abrazos y complicidades a la orilla del mar.

¡A tu salud!, ¡chócale!. Claro que este entrechocar las copas no tiene nada que ver con los choques de la antigua Roma donde el gesto se hacía con fines muy distintos a los actuales, y donde el objetivo era dar una muestra de confianza, de manera al chocar las copas con cierta fuerza, el líquido saltaba de una copa ala otra y viceversa, de suerte que ambos bebieran del mismo líquido, como una manera de asegurarse que ninguna estaba envenenada.

Hoy, que nadie desconfía a esos extremos, y saluda al otro con la chela en alto en cualquier lugar del barrio o de una plaza de la ciudad, (aunque no esté permitido consumir alcohol en ningún lugar público) el empeño pareciera estar en aprovechar el salud a vista y paciencia de los transeúntes porque si no cómo se explica que tengamos los más altos índices de alcoholismo a nivel americano en una juventud al límite y muy lejos de la cortesía inicial de de aquel esmerado saludo de la niñez, cuando nos celebraban lo bonito que era ser gente de bien. ¿Será que no estamos muy bien de salud?

Ello no lleva irremediablemente al salud que más misterios representa, aquel derivado del latín “salus, útis”, aquel que nos habla del estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de infecciones o enfermedades ligeras, fuertes o graves, según la definición de la OMS realizada en su constitución de 1946. Concepto que ha sido generosamente ampliado al agregar que el individuo se desenvuelve en un estado bio psicosocial, al aseverar que éste debe vivir “en armonía con e medio ambiente”, algo así como Patagonia sin represas.

Me detengo en el vocablo y en la grandeza de su estructura y no puedo dejar de preguntarme de quién sería la idea de crear un “Ministerio de Salud” de chile, porque después de pasar por una de las salas de urgencia queda meridianamente claro que deberían haberle puesto “Ministerio de lo Dolores” donde las carencias, el sufrimiento y el desconcierto atrapa democráticamente desde los compungidos pacientes a los atribulados funcionarios. Las únicas que puertas que se abrieron fueron las de un infierno claroscuro y truculento, anónimo y desarraigado, donde el mayor de los anhelos era volver a cruzar la puerta que, obligado, nos vio pasar desamparados y afligidos.

Resulta probable que la primera experiencia de aquella salud marcara traumáticamente mi percepción de la salud pública en chile, cuando mi madre me llevara al antiguo edificio del Seguro Social de Angol, para que me trataran una infección en la espalda: un divieso, una antigua patología más bien rara en los niños. Un forúnculo, sentenció el hombre de bata blanca y sin medir más preámbulo cortó sin anestesia aquella obstrucción del folículo piloso, y listo.

Ningún reparo en hacerla cortita y darme de alta enseguida, tal vez para dejar de sentir los gritos que a esas alturas ensordecían a medio hospital. Luego de aquella sutileza había que pensarlo dos veces en enfermarse.

Así me tocó conocer de primera fuente el servicio de salud de los años sesenta, cuando enfermarse era siempre una desgracia mayúscula par el sector más desvalido.

Más de cincuenta años han pasado desde entonces, con muchos saludos y a tu salud de por medio, pero casi razonablemente uno se atreve a creer que muchas cosas han cambiado, porque no en vano hemos pasado de una sociedad con desnutrición infantil a una con niños obesos, de una sociedad donde el ingreso per cápita era inferior a los 4.000 dólares a casi 15.000 de la actualidad; con inocencia podríamos llegar a pensar que esta salud debería haber cuadruplicado su accionar en el ámbito público.

Consultada la “Misión” del Servicio de Salud chileno este reza en un extracto: “Vivirán en ambientes sanitariamente protegidos, también tendrán derecho a una atención en salud oportuna y acogedora.”

La primera duda que me queda es si aquella misión es producto de la fecunda imaginación de un soñador: todo un artista de la expresión, porque definitivamente ésa no es la salud pública chilena, que hace esperar horas para lograr una mínima atención de urgencia.

Qué dirá la madre de un bebé parido en el baño de un hospital, y en qué parte de la misión está el cambio de bebés recién nacidos, o las guaguas envenenadas con leche inapropiada. La acogedora atención implica llegar a las 6,00 AM para manotear un número, que te llamen a las 11,00 Hrs. Para ver los signos vitales y seguir esperando hasta las 12 ó 13 Hrs. Cuando llega el facultativo, en una muestra indiscutible de de la poca dignidad que el Estado le otorga a un porcentaje importante de la población. Ni hablar de los sesgos de discriminación o clasismo de algunos doctores que con aires de semidiós no dirigen una palabra, hasta que anotan en la ficha y se van.

Otra duda es la que dice relación con la segregación entre pacientes con salud privada versus Fonasa. Ni hablar de aquellos que no tienen algún registro provisional: Para ellos el calvario de la espera más amarga, la más dolorosa, o cómo se explica que en las salas de urgencia los pacientes mueran en los pasillos, vomiten sangre y sigan sin atención.

Resulta en extremo penoso como el Estado chileno miente con descaro en sus consignas más sagradas. En el año 2005 el Minsal describe la misión como “contribuir a elevar el nivel de salud…”
Resulta a lo menos penosa la falacia el descaro con que algún artista imaginativo se mofa de un país entero, y probablemente de instancias internacionales, las cuales al leer tamaña declaración de buenas intenciones pensará que “por algo están en la OCDE”.

Resulta desastroso pensar que esta salud no es más que el resultado de políticas públicas anacrónicas, y por sobre todo, muy alejadas de la gente. Resulta muy triste creer que este es un país donde se barre para adentro, donde la ética dejó de ser un norte en materia de salud, o cómo catalogaría Ud. que un paciente con cataratas generalmente se muera ciego, mientras que uno con recursos privados soluciones su problema en tres días.

¿Qué clase de salud es la que permite en lucro indiscriminado a costa de las penurias de sus semejantes? Cómo es posible que un cristal que en una óptica vale a público $ 200.000.- los distribuidores se lo vendan a ellas en $ 2.000.- ¿Acaso nadie debe intervenir en tan brutales abusos colectivos?

En nuestra sociedad libremercadista nadie interviene. Acá somos un país libre. Lo malo es que en nombre de esa libertad se abusa contra los desposeídos. Pero lo más triste es comprobar cómo mucha gente se compra el discurso de aquella malentendida libertad.

De esa libertad me siento avergonzado, porque no puede considerarse sana ni normal, si en su nombre se entierra la población de medio Chile. Cómo es posible que en EE.UU. la mayoría de los remedios recetados sean genéricos, mientras en los países más pobres como el nuestro, se deba pagar la marca de los grandes laboratorios a vista y paciencia de nuestros honorables legisladores. De seguro, ellos no van a la urgencia de los hospitales, ni mandan a sus hijos al sistema público de educación.

Qué clase de salud se construye a expensas del probrerío, de sus penurias y sus lamentos.

Con qué clase de orgullo se promueve la imagen de un país donde casi el 50% de su población sufre de cefaleas y enfermedades siquiátricas producto del estrés y largas jornadas laborales. Sin duda el carepalismo crónico de nuestras autoridades debería de engrosar la larga lista de enfermedades nacionales que nunca se incluirán en ningún plan de salud pública ni privada, sobre todo si aprendieron con claridad que el saludo de las campañas políticas no representa más que aquel indigno saludo a la bandera de la que se sabe de antemano que no se va a cumplir porque no se sancionará su incumplimiento.

Cuántos saludos en nombre de la salud, cuántos a tu salud resuenan el las oficinas de la alta dirección pública, a sabiendas que seguiremos enfermos como nación.

Cuánta mediocridad del Sr. Presidente de EE. UU. Al indicar que este país es el ejemplo a seguir en América Latina.

Simplemente no hay salud.



Gabriel Reyes.
Puerto Montt, Chile.-

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